jueves, 20 de septiembre de 2012

El aprendiz de medico brujo

Corría el año 1945. El pequeño Juan, era hijo del Pastor protestante, Juan Drummond y Anita, su señora. Además de misioneros, eran médico y enfermera respectivamente y trabajaban al norte de Manaus, cerca de Cariri, en el Amazonas.
Ellos viajaban por la zona, visitando a los grupos humanos más carenciados, confortándolos espiritualmente, evangelizándolos y por supuesto, también enseñándoles cómo alimentarse mejor, como protegerse contra diversas enfermedades de todo orden, vacunándolos y medicándolos convenientemente.
Una noche en la que ellos pernoctaban dentro de su camión, en el emplazamiento de la tribu Shereré, la aldea fue atacada sorpresivamente por los hombres de la tribu Caminu, que venían a llevarse a las mujeres y saquear todo.
Los Caminu no se metían con los religiosos, pero éstos se pusieron en el medio, impidiéndoles el paso a la capilla y resultaron muertos en la contienda.
El niño de apenas 20 meses, quedó llorando dentro del camión por largo rato, mas luego salió gateando y caminando por sus propios medios y se internó en la selva. Oportunamente, encontró un cacho de bananas y allí se quedó a comer. Una puerca salvaje, a la que un puma había comido sus cachorros, esa misma noche, con las tetas reventando de leche, aprovechó al niño para aliviarse y anduvieron juntos durante un tiempo.
El pequeño Juan repetía algunas palabras que le habían enseñado sus padres y muchas veces lloraba por horas llamando a su mamá y repitiendo esas palabras sus nombres. El tiempo transcurrió y milagrosamente, Juan sobrevivió, tras grandes penas. Cuando ya tenía cinco años, corría por la selva, compitiendo con los monos para conseguirse las frutas de las que se alimentaban.
Tenía miedo de todos los indígenas, porque había visto cómo asesinaron a sus padres y lloraba mucho cuando se acordaba. Así que si veía a alguno, se escondía cuidadosamente. Pero, un cazador que lo divisó, fácilmente se acercó y lo atrapó, para llevarlo como trofeo a su asentamiento.
Al principio lo mortificaron bastante y se burlaron de él porque su piel era algo más clara y su cabello dorado, pero lo cierto es que lo cuidaron y alimentaron. Los otros niños se fueron acercando a Juan y pronto estaban jugando juntos. Cuando jugaban a la escondida, nunca nadie lo podía encontrar.
Pasaron unos años más y Juan tuvo que salvar las pruebas de iniciación por la que pasaban todos los jóvenes que llegaban a la pubertad y ya fue considerado guerrero por la comunidad.
El mago de la tribu simpatizó con el muchacho y le fue enseñando sus cosas. Tal vez Juan recordaba más de lo creíble, a sus padres, preparando y administrando medicinas, y trabajar junto al brujo, le complacía. Pronto fue aprendiendo para qué servía cada musgo y cada hierba y cada fruto y cómo preparar brebajes y potajes para aliviar malestares de todo tipo.
En una de sus correrías, con su amigo Yarurú, llegaron, no sin miedo, a acercarse a los alrededores de Manaus, la Capital del estado de Amazonas y Juan se quedaba embelesado mirando a la gente, sobre todo, a aquellos que se parecían a sus padres.
Esto fue haciéndose costumbre y había algunos garotos[1] a quienes Juan y Yarurú comenzaron a llamarles la atención.
Poco a poco se fueron comprendiendo y Juan les preguntaba cosas de la ciudad y de la gente blanca que vivía en ella.
Los chicos le prestaron una camisa, y lo sacaron a pasear por Manaus. Juan quedaba petrificado cuando veía las iglesias, algo recordaba. Los chicos iban a jugar fútbol al patio de una de ellas y el cura hacía de referee, preparador físico, etc.
En cierto momento, cuando estaba frente al cura, repitió aquellas palabras que le recordaban a sus padres y volvió a repetirlas diciendo: Juan y Anita Drummond. Este cura, Angelo Marchese, era amigo de los Drummond, que habían muerto hacía algo más de diez años y sabía que Juancito nunca fue encontrado. Fue fácil asociar y darse cuenta de lo que pasaba. Así que fueron a la Delegacía de Polícia[2] más próxima y confrontaron las huellas digitales del niño con las registradas, confirmando que era la misma persona.
Desde entonces, Angelo se sintió responsable del chico, le contó quién era realmente, le mostró fotografías de sus padres con él en brazos y le explicó todo lo que había pasado. También le dijo que quería adoptarlo y darle una buena educación. Cuando le preguntó qué iba a ser cuando fuera grande, le contestó que médico brujo, que ya estaba capacitado para curar gente.
Así que Angelo lo llevó con él al hospital. Le mostró diversos casos, con la complicidad del médico Don Evaldo y pronto vio algo que podía curar. Un hombre tenía un sarpullido en un costado del pecho. El Dr. Evaldo dijo que ellos no lo habían podido aliviar, que probablemente era algún bicho extraño. Juancito extrajo de su morral unas hojas, las mojó en agua caliente y aplicó el caldo a la zona afectada. Le indicó al médico que siguieran haciendo eso todo el día y que el daño desaparecería muy pronto.
Le hicieron caso y 48 hs más tarde había desaparecido la erupción completamente.  
Así que no lo dudaron mucho, lo encaminaron para que fuera médico, previa escuela y secundario. En su tiempo libre, ayudaba como enfermero en el hospital.
Pasaron los años y Juan llegó a diplomarse como médico y Pastor Evangelista.
El hombre veía claramente lo que le ocurría a una persona, antes que se desvistiera para examinarla, luego simplemente constataba su premonición.
Solicitaba al Gobernador que destinara más rubro para la salud de la población y para edificar un hospital y una iglesia a 200 km al norte de Manaus, sin resultado alguno.
Viajaba a la selva a recoger yuyos, raíces y frutos diversos, con los que ayudaba a los pobres que no podían pagar las caras medicinas de la farmacia. Formó un equipo de médicos y enfermeras para que le ayudaran. Y también aleccionaba a los curanderos de las distintas aldeas, para aliviar y mejorar las condiciones de la muchedumbre.
Dos veces al año se internaba con algunos de sus discípulos en el Amazonas, atendiendo gente durante un par de meses.
Cierta vez, el Gobernador del Estado, con muchas reticencias, por las incontables discusiones mantenidas con el médico, no tuvo más remedio que llamarlo, porque su esposa estaba muy enferma y nadie la podía curar.
En ese mismo momento, Juan le susurró al Gobernador, que ella ya estaba curada.
El hospital y la iglesia fueron construidos ese mismo año.




[1] garoto: menino: rapaz = niño, en portugués.
[2] Delegacía de Polícia = Comisaría

La tortuga interestelar


Un gran aerolito, de tantos que caen sobre nuestro planeta de vez en cuando, casi me destroza. No lo vi a tiempo y tuve que apelar a toda mi destreza aerodinámica para esquivarlo a último momento.
Cayó formando un enorme hoyo ovalado. La tremenda roca era más grande que cien ballenas azules juntas.
Unas gruesas columnas de humo mostraban desde lejos, el sitio de su aterrizaje.
Del hombre que me crió aprendí que estos meteoritos podían provenir de cualquier lugar del universo, muchos de ellos habían formado parte del cometa Halley, que al pasar por nuestra atmósfera, pierde restos de su cola.
Otros son fracciones de asteroides, fragmentos de pequeños planetas creados hace 4.600 millones de años mientras se formaba la Tierra.
Curioso estuve vigilando la gran roca, parecía haber adivinado que traía algo especial.
Tres días más tarde, ya casi no humeaba y una gruesa rajadura, se ensanchó hasta dar paso a una gran cabeza de reptil. Le costó mucho seguir emergiendo y al final lo logró abruptamente, al pasar su caparazón. Solamente se trataba de una gran tortuga de color tostado, del tamaño de un elefante de la India.
Su gran cabeza, al final de un cogote largo giraba de un lado a otro olfateando, buscando agua. Pronto decidió su rumbo y con gran determinación comenzó a avanzar.
Como notas de un pentagrama surgían tras de su andar las huellas que dejaba sobre la arena, trazas secas en el desierto, que recordaban las estelas de los grandes cetáceos y embarcaciones en el mar. Siguió caminando durante todo la tarde sin demostrar cansancio, hasta que llegó a una especie de oasis. Se zambulló en un fangal y retozó hasta que encontró unas hojas verdes que comenzó a comer despacio al principio y después con gran voracidad.
Una piara de yeguas salvajes llegó a la misma charca para beber y refrescarse. La tortuga cósmica las miró sin dejar de  engullir.
Una yegua rojiza se acercó curiosa a ver mejor al gran quelonio, que dio un resoplido y luego dos más. La potranca se sintió intimidada y relinchó, llamando a sus compañeras, que acudieron presurosas. La tortuga continuó con sordos rezongos, a lo que la yegua madrina, totalmente negra, se acercó y le contestó con relinchos y resoplidos propios de su especie.
Yo asistía al intercambio, mientras descansaba sobre los cuernos de una cabeza de buey, sobre una cima del suelo arcilloso del desierto. La tortuga buscaba el mar.
La yegua le dio una idea del trayecto que debía seguir, hasta que oliera la presencia del océano.
Quedé mirando a las yeguas y potrillos durante un tiempo. Luego me elevé hasta la cumbre del cerro, para confirmar la ruta que había tomado la tortuga, era mi área de vuelo permanente y sabía que la llevaría correctamente a la costa.
Al bajar, una paloma plateada, pudo escabullirse de mis garras, cinco veces seguidas y solamente mi empecinamiento y su terror, me permitieron llevar al pico el sabroso bocado.
Luego de mi entretenimiento circunstancial, volví a fijar mis ojos en la bicha techada, que avanzaba cada vez más rápido.
Una bandada de gansos salvajes enormes, guardando su disciplinada alineación en V, pasaron cerca de mí, graznando orgullosos, desafiándome. Yo estaba parapetado sobre la cumbre de la montaña más alta, así que los perseguí, sin afán de atacarlos, pero se me vinieron encima en formación cerrada, obligándome a subir hasta donde ya no podían respirar, para lograr que abandonaran el acoso los feroces gansos, retomando su curso de vuelo hacia el sur.
Luego volví sin prisa a perseguir a la visitante de otro mundo. Sabía que con un poco de paciencia, tarde o temprano estaría comiendo unos sabrosos huevos frescos.

martes, 18 de septiembre de 2012

Hola Primavera (para Isabel)

Deja que dance el amor
al fin del tiempo,
como el rocio
en las hojas del rosal.

Bebe la miel 
de las flores del cerezo
y canta la sutil 
canción primaveral.

Recuerda aquel beso 
en la noche lluviosa,
ven a mis brazos, 
vamos a soñar.

lunes, 3 de septiembre de 2012


Que nos falto hacer o decir?

Cuando al terminar el año o a las puertas de mi muerte haga un balance de mis acciones  y piense que me perdí o que hubiera querido realizar, si hubiera tenido más tiempo, que sería ello? 
Que es lo que aun no pude o no quise o no supe o no me imagine que debía hacer?
Es obvio que a veces pensamos iniciar algo o completarlo y la vida pasa delante de nosotros mientras esos planes nunca se concretan o ni siquiera se comienzan. Hay prioridades de urgencia y prioridades de importancia, que a veces enumeramos razonadamente, sin embargo, nuestra intuición nos canta una diferente tonada, a la que no le hemos podido o querido prestar la debida atención.
Quizás era algo demasiado importante o grandioso, algo que no nos creíamos con la capacidad o no tuvimos el valor suficiente para afrontar o simplemente juzgamos que no teníamos tiempo para prepararlo y realizarlo apropiadamente.
O tal vez era algo mucho más simple, que depende del corazón: visitar a alguien querido, hacer un viaje esperado, escuchar lo que alguien cercano tiene que decirnos y no le hemos dado lugar o expresar nosotros un “Te quiero” a alguien que, con la prisa de esta vida tan vertiginosa, hemos dejado de lado?
 
Carlos