domingo, 21 de julio de 2013

D o m i n g o d e O t o ñ o

    Aún caen las hojas de otoño llegando el invierno, las arrastro al caminar y sigo mi paseo hasta que el frío cala mis huesos y retrocedo, busco abrigo en el hogar… monto la bicicleta fija para entrar en calor y pienso en los queridos que tengo en Bariloche y Montevideo… ellos también sienten frío y se calientan en sus hogares… hoy pude hablarles, aunque fuera por unos minutos pudimos intercambiar el calor de nuestros sentimientos y en esos efímeros instantes, parecía que la distancia y el tiempo no existieran…

    La tarde transcurre entre películas, Internet  música, charlas, juegos, medialunas y café y el domingo se eclipsa como por arte de magia.

martes, 16 de julio de 2013

O T O Ñ O

Sucedió de a poco, aunque ahora nos parece que pasó volando y quedamos con ganas de más de lo mejor, de haber logrado mayores éxitos, de no haber metido la pata tantas veces (aunque, ¿cómo habríamos entendido sin equivocarnos?)

Quedamos presos de nuestras fantasías. Habríamos querido amar más profundamente, con más pasión, haber aprendido mejor, haber perdonado mucho más… haber sabido compartir a pleno mucho antes, tomado más helados, viajado, atravesado más bosques, con sol o con lluvia, no importa, desnudos, descalzos, habernos bañado en más playas, haber tenido más contacto con lo verde y la natura… haber comprendido antes lo bueno y lo malo que no supimos ver!

Ahora querríamos quedar ahítos de dulzuras y placeres que no tuvimos y ya no hay tiempo… o no hay medios! Vemos todo tan hermoso y a la vez, está acotado, ensombrecido por complicaciones.

Cuanto más vemos, más deseamos, como hipocondríacos del placer, todo resulta más hermoso y asimismo, inaccesible!

¡Cuánto arte, cuánta música, cuánta belleza, cuántas delicias podríamos absorber con todos nuestros sentidos en el tiempo que nos queda? ¡Cuántas asignaturas pendientes! ¿Cómo podríamos conformarnos?

Llega el postrer amor algo tarde y queremos desbordarlo… aunque bien sabemos que eso, debe degustarse muy despacio!

¿Cuánto más lograremos disfrutar antes de que la parca maldita nos dé caza?


miércoles, 10 de julio de 2013

LA VENTANA


Fue buena la táctica de no contar al médico todo lo que me pasaba. En cuanto estuve mejor, elegí con cuidado qué decir y qué no decir, hasta que por fin, el Dr. Martínez dio el alta. ¡Era inaguantable la vida enclaustrada en ese lugar, estaba quedando loca! 
Cuando llegué al departamento donde vivo, en el décimo piso de la calle Cabildo en Morón cerca de la estación, ya era de noche y había un apagón. Solo entraba por la ventana el resplandor de la luna enorme que invadía la sala completamente.
El informativo decía que llovía, sin embargo yo veía el fulgor de Selene, más grande que el sol y quedé tan encantada, que esa noche no tuve que dejar prendida la lámpara de la mesita de luz para poder dormir, como hacía siempre en el hospital.
A la mañana siguiente vino mi hermana Teresa que vivía a una cuadra, comentando que hacía mucho que llovía sin parar y que había entrado agua en su casa. Estuvimos repasando recuerdos de nuestra adolescencia, las vacaciones en la estancia, cómo nos divertíamos cuando llovía, los cuentos de la abuela Dora, las tortas fritas con canela, las empanadas que goteaban. O con buen tiempo, cuando corríamos a caballo apostando quién llegaba primera al arroyo, donde nos bañábamos a veces hasta en invierno, cuando al mediodía el sol daba de lleno en aquel remanso que quedaba quieto y brillante como el cristal. Por algo se llama Espejo. Cómo añoro todo aquello, siempre nos encantó el agua, en todas sus formas, nieve, lluvia, río, mar o lo que fuera, nadábamos como nutrias. Nuestro padre nos llamaba las sirenitas locas. Revivimos al detalle todas aquellas travesuras.
Ahora nuestras vidas habían cambiado, Tere, tenía dos chicos que criar. Y Jorge, su marido agrónomo no podía ayudarla, ya que trabajaba mucho en el campo, llegaba a la casa los sábados y volvía a la estancia los lunes temprano.
En cambio yo, tenía poco o nada que hacer sin marido ni hijos todavía. En cuanto estuviera más repuesta, iría a nadar al club del barrio o tomaría vacaciones en alguna playa. Tal vez así yo también encontraría un compañero.
Ahora Teresa no estaba tan sola, los días hábiles podía dedicarme algo de su tiempo y yo, agradecida.
Cuando se fue me puse a pintar el cuarto mientras escuchaba la radio, hasta que se hizo de noche. Quedé agotada, pero la habitación quedó hermosa con mis colores favoritos: verde manzana y celeste claro. Así que comí, eché a andar el ventilador en el dormitorio y llevé el colchón a la sala para no respirar las emanaciones de la pintura y en seguida quedé profundamente dormida. Soñé que era un día de fiesta, a mi edad de diez años en el colegio izaban la bandera y cantábamos el himno. 
Llegó el día y desperté en la sala sorprendida al ver por la ventana exactamente lo mismo: le hacían los honores a la bandera y cantaban en la escuela. 
Teresa disfrutaba mi compañía porque luego de llevar los chicos a la guardería y hacer sus tareas, volvió y almorzamos juntas. Trajo “Agnolotti alla Caruso”, mi plato favorito. Quedé muy contenta por todo lo que hacía por mí y busqué la forma de compensarla. Ya empezaban los fríos y yo tenía guardado en el baúl un vestido tejido de lana de cabra muy suave que nunca había usado porque me quedaba chico, en  beige, tostado y marrón. Lo deshice y con esa misma lana comencé a tejerle un sweater de sorpresa. Fue para lo único que sirvió la permanencia en el hospital, mejoré mis habilidades de tejedora.
Así las horas pasaron sin sentirlas. Cuando anocheció, recalenté y comí lo que había quedado del mediodía y pensando en el mar y las vacaciones encaré a Morfeo sin más trámite. El sueño resultó de acuerdo a lo que venía deseando: en una playa desierta, el sol brillaba sobre la costa de olas incitantes. Frente a mí había un regio trampolín para zambullirme al mar. Estuve muy tentada, pero no lo hice.
La última mañana desperté tarde. Esperé que apareciera Teresa pero no vino, así que desayuné e hice mi cuarto tranquilamente. Cuando pasé a limpiar la sala, corrí las cortinas y vi lo mismo que había soñado antes. Entonces, dejé el escobillón y la pala, me saqué la pollera y los zapatos, abrí bien las dos hojas de la ventana, subí feliz al trampolín y salté. 

LA VUELTA

Manuel estaba cansado, sus sesenta y cinco años de trabajos duros en el campo le pesaban. Hacía changas en Puerto Huemul y alrededores y de vez en cuando iba a visitar a sus hijos en Bariloche.
Cuando falleció Alicia, su mujer y los hijos se casaron, se fue para no estorbar, decía él, pero pronto cumpliría los ochenta, lo que marcaba el fin de esa etapa. Era un tiempo de añoranzas, la vuelta al pago, al hogar.
En su mochila cargaba unas pocas pertenencias y en su corazón, algunas esperanzas. Sus amigos ya no estaban, pero tenía dos nietos que aún no conocía y al más pequeño lo iban a bautizar Manuel, igual que él.
Partió antes del mediodía en micro, pero éste se averió antes de llegar. Como aún era temprano, no quiso esperar y comenzó a caminar. Él ya había recorrido ese sendero bordeado de álamos y pinos muchas veces.
Los primeros brotes asomaban anunciando otro ciclo de nueva vida resurgiendo como siempre, sin prisa, lentamente.
El cielo azul del este contrastaba con los lila y rojizos del poniente, en lo alto de la montaña se veía mucha nieve todavía.
Se sentó a descansar a orillas de un arroyo tranquilo que luego debería vadear, sin advertir que alguien lo vigilaba.
Allá lejos, alcanzaba a ver a un pastor y su perro, que llevaban ovejas sedientas al río. Comió algo, tomó mate y se echó a sestear, arrullado por el rumor del agua que caía de la cumbre.
Soñó con una mujer con vestido largo negro y al despertar ahí estaba ella, pensativa, mirando la corriente sin decidirse a cruzarla.
Manuel le ofreció ayuda, pensó que todavía le quedaban fuerzas.
Al abrazarla, sintió un gran alivio…
El último cóndor que volvía hacia su nido los escoltó parte del viaje.

martes, 2 de julio de 2013

the mist

 a holy drop of rain 
shows
a glimpse of your figure
dancing with the waves
while my heart jumps
amazed
almost afraid of seeing
the dream of your eyes
shining
through the mist of silence