viernes, 29 de noviembre de 2013

miércoles, 27 de noviembre de 2013

LO AUTENTICO

Un pintor de paisajes decía que cada mañana antes de enfrentar el lienzo desnudo, se preguntaba si esta vez haría algo diferente para variar, tal vez un retrato o naturaleza muerta o manchas, para ver qué salía, sin embargo, pasaban los días, semanas, años e invariablemente seguía produciendo lo mismo, solo paisajes. Al final llegó a una conclusión, eso era lo suyo.

A muchos nos pasa lo mismo a través de las distintas etapas de la existencia, nos preguntamos si lo que hacemos es lo mejor que podemos hacer, si este es nuestro destino, buscamos traspasar nuestras limitaciones, queremos intentar algo nuevo y ocasionalmente lo hacemos con diferentes repercusiones. Son contadas las veces que alguien tiene éxito haciendo algo distinto, algo nuevo.

Cuando uno llega a cierta edad se pregunta cosas, uno siempre se pregunta muchas cosas, pero cuando llega la madurez es hora de dar respuestas y generalmente son ciertas. Cada vez me doy más cuenta que aquello que repetí durante tanto tiempo, era lo cierto, era mi verdad, mi camino, lo auténtico de mi existencia.

martes, 19 de noviembre de 2013

F E R M I N

La madrugada me encontró escribiendo un  mail de reconocimiento a alguien que encontré en una de mis recientes incursiones a Colonia del Sacramento. Es notable como la atmósfera del viaje une a los viajeros, cómo dos desconocidos que en Buenos Aires no se habrían saludado, estuvieron varias horas intercambiando experiencias de vida, mientras hacían tiempo en un restaurante, hasta la hora de emprender la vuelta en el catamarán a Buenos Aires. Si no hay un buen libro para matar el tiempo en momentos de espera, es difícil encontrar un interlocutor válido que estimule a contar cuitas y aprender algo. Cuando se consigue, da ganas de renovar la conversación con vino o café en más de una oportunidad.
Recuerdo coincidencias semejantes en el devenir de años y distancias. Aunque es habitual que esos encuentros no tengan secuelas, a veces quedan grabados en el corazón.
Así fue como ocurrió con Fermín, un personaje imposible de olvidar. Tuve la suerte de encontrarlo por aparente casualidad en Heathrow, mientras esperaba partir a Montreal una fría tarde de enero de 1989 –en realidad las casualidades no existen. Este fue un caso típico de sincronicidad al mejor estilo Jung.
Yo estaba pasando un mal momento, mi gran amigo y socio acababa de partir hacia donde no se vuelve. Una virosis lo acabó sin clemencia ni demora. Lo que sentía estaba patente y Fermín se dio cuenta. Éramos al principio simples viajeros en una sala de espera hablando banalidades. Luego, al ir descubriendo cada vez más coincidencias e intereses comunes en sucesivas circunstancias, pasamos a ser dilectos amigos frecuentes.
Por haber viajado tanto, cambiando residencias en países y barrios distintos a través de los años, muchas fueron las relaciones abandonadas en el recuerdo. Algunas pasaron a formar la lista de los que reciben notas de felicitación y buenos deseos en cumpleaños y fiestas. Por suerte o sincronicidad no ocurrió así con Fermín, que estuvo presente desde aquel día como el mejor de mis familiares. Incluso nos asociamos para realizar negocios con éxito considerable y luego pasamos a ser verdadera familia, cuando mi hijo Carlos se casó con su Carmencita.
Todo eso había sido más que suficiente como consolidación de una amistad iniciada imprevistamente. Ni él ni yo sospechábamos por aquel entonces los acontecimientos que próximamente iban a transformar nuestra existencia.
Una tarde de la primavera del año 1999, cuando hacía más de diez años que nos conocíamos y nos tratábamos como hermanos, un enemigo mutuo, competidor de negocios, nos denunció como narcotraficantes. Un puñado de policías con orden de cateo, dio vuelta la oficina que compartíamos desde hacía cinco años, encontrando bolsas de cocaína escondidas dentro de muñecas de porcelana y otros juguetes que habíamos importado recientemente de China. Al principio nos defendimos pensando acertadamente que se trataba de una trampa montada por terceros, sin embargo, nos endilgaron presuntas pruebas de la dolosa transacción. Todo fue  “demostrado” de tal forma que cada uno creyó haber sido estafado por el otro y el juez, que ambos éramos culpables.
Para cuando luego de cuatro enervantes meses de trámites, investigaciones, pago de abogados y otros gastos consiguientes, todo se hubo finalmente aclarado, ya había resultado demasiado tarde. Las dudas y discusiones habían causado estragos en la relación y nuestro archienemigo con sus calumnias había triunfado­­­­­­­ logrando sacarnos de en medio, al liquidar nuestra sociedad.
Aún nos vemos en los cumpleaños de nuestros nietos y nos saludamos por compromiso en fiestas familiares pero ya no es lo mismo.